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Llegué sin muchas dilaciones a la casa, no me gustaba vestirme de etiqueta y mucho menos el hecho de tener que llevar un maldito antifaz, ¿Para qué coño hacían falta aquellos eventos?¿Para incentivar al vecinal al secretismo y la lujuria?... Aun así antes de que él muriese le había prometido que asistiría en una de sus noches por mi bar contándome sus penas a las tantas de la madrugada, se lo había prometido y eso era más que suficiente para que su invitiación fuera un dictado para mí, aun después de muerto.

En cuanto entré dudé entre si quitarme aquel antifaz de color plata, simple y de plástico, o dejármelo por pasar desapercibido pero si lo hacía me echaban y vamos, no era buena idea. Miré alrededor, aquello andaba medio vacío, la gente estaba llegando. Entonces lo olí... Él, el maldito bicho, estaba allí... Luke no era exactamente de mi agrado pero siempre había algo que, me cago en su maldita estampa...

Lo miré cansino, hacía siempre lo mismo, no solo se satisfacía con el hecho de tener un negocio capaz de hacerme la competencia sino también buscaba llenar ese huequito que le quedaba intentando hacerme rabiar, siempre lo hacía, y siempre lo acababa consiguiendo, pero aquel lugar se merecía mis respetos, no por el evento, sino por los antecedentes. Seguí sus pasos atento, evité el roce y sobre todo, vamos, me repito, no le perdí de vista. Posiblemente fuese su olor o sus gestos, quizás únicamente su mísera presencia, lo que me provocaba aquella tensión, aquellos nervios a flor de piel, no lo aguantaba y mucho menos sus grandes aires de "yo puedo", no era tan asqueroso como las pulgas puras pero si tan odiable.

- Buenas noches -respondí sin ninguna entonación, siquiera resalté mucho cada sílaba, el humor macabro estaba vigente desde que él entró y servido desde que decidió saludarme. Miré a mi alrededor, aquel lugar estaba plagado de seres, es decir, de no-humanos, incluso más de un humano tenía una condición distintas a su especie, eso debía darlo por hecho, de ingenuo sería no hacerlo. Volví a mirar a aquel bicho, no tenía un despectivo más exacto que ese, bicho, entre lo asqueroso, monstruoso e inofensivo, aunque es verdad que era capaz de sacarme de mis casillas... Rectifico, asqueroso y... Joder, su olor ya no me dejaba ni reírme de él para mis adentros.

- ¿Qué hace aquí Saphiro? -dije a regañadientes, sin gesto alguno.

Una semana antes, posiblemente algo menos, me había llegado la invitación, no sabía porqué me habían envitado, cabía la posibilidad de que invitasen a todos los habitantes del pueblo, algo que no había llegado a sondear, los humanos eran de naturaleza sociable y para formar diversión, placer y parecidos siempre hacían uso de eso, de la sociedad y la socialización, así de simples han sido siempre, al igual que así de únicos. Para ser sincero, no me había planteado la idea de ir hasta hacía horas antes, y todo ello por la añoranza y la esperanza de que allí estuviera ella... Era un suceso eventual y en el que todas las creencias y mitologías señalaban la aparición de aquellos seres ancestrales, astrales y de gran magnitud espiritual, yo no era quien para darlo a dudar, nunca escuché algo parecido en mi puesto bajo el mando del mayor pero mi condición no me permitía dar espacio al pensamiento contrario, ni yo ni aquellos seres que habitaban poco a poco aquel extraño pueblo, desde las transformaciones de los humanos hasta mis hermanos y hermanas.

Me vestí de esmoquín, el clásico, busqué aquella máscara veneciana que había utilizado durante la el siglo XV en la bella Italia, una maschera nobile hecha a mano, llegaba hasta mi nariz y se encontraba bordada por un grueso hilo negro tejido con hilo de oro, era de un blanco perla y la había guardado con bastante cariño desde que me fui de Italia a Francia. Tras encontrarla me dirigí a la fiesta siendo uno de los primeros en llegar aunque el lugar no tardó demasiado en llenarse con una cantidad de gente considerable. Fue cuestión de minutos, me sentía desconcertado y perdido, estaba solo y caí en la cuenta que aquella esperanza inutil humana se me había contagiado desde la pérdida del latir. Estuve así no sé cuanto tiempo hasta que escuché mi nombre.


- ¡Will! -reconocí su voz, era Hariel, alcé la mirada buscándola, su presencia me daba aliento, era como el encuentro de aquella hermana después de haberte perdido en un extraño bosque. No la veía, pero caí en cuenta y me giré vizualisándola, sonreí con dulzura, iba preciosa, jamás había tenido la ocasión de verle con aquel vestido blanco, si un paso me paré en cuanto pude distinguir que ella se acercaba- La verdad que no doy crédito a lo que ven mis ojos… -reí inclinando un poco la cabeza, me daba cierto... No sé, algo en mi interior que me... Sí, esa timidez, "corte"- ¿Tú en una fiesta? -asentí con suavidad y una risa tonta. Sin más ella calló, la miré desconcertado, se había concentrado en algo o alguien en medio de la multitud, seguí el ángulo de su mirada y paró en un grupo, un chico y dos chicas, o eso creo. Dirigí mi mirada otra vez a ella justo cuando volvió a nuestro lugar- Y, bueno… Dime… ¿Cómo va todo? -.


- Pues, para serte sincero, va normal, bien, bueno no, simplemente normal, aun no conozco a demasiada gente por estos lares y aunque me adapto bien no consigo acomodarme aún a tantos seres juntos, creo que nunca había una aglomeración igual -le sonreí- Además, he vuelto a recordarla y siento que me falta algo dentro, creo que es eso a lo que llaman angustia -reí con suavidad como intentando quitarle peso a mis palabras.

Había decidido no salir en todo el día, ya había abierto la bolsa del disfraz y no me ilusionaba ir vestida a la fiesta de hada con solo un trapo tapándome el pecho y las nalgas, Lola parecía desesperada por saber algo de mi vida íntima y aquello era un claro signo de hasta donde era capaz de llegar una anciana por conseguir un jugoso cotilleo de sexo entre los que ella califica como jóvenes. Andaba en pijama y tenía cerradas todas las puertas y ventanas de la casa, temía que volviese a suceder, quizás eso también afectase ante lo de haber decidido no ir.Había salido recientemente de la ducha y el pelo, aunque lo había secado lo mejor posible, aun goteaba, era algo que no me preocuapaba demasiado. Entré en la cocina y comencé a abrir armarios en busca de algún paquete de patatas fritas o alguna chuchería que me alegrase la noche, al final me decidí por el gran cubo de helado de limón que tenía en el congelador desde hacía unas semanas, en el frigorífico nada caducaba. Salí al salón y me senté en el sillón lo más cómoda posible, cruzada de piernas a lo indio, encurvada levemente hacia delante posición "doy asco, lo sé, pero no me importa" y encendí el televisor. Entre canal y canal acabé volviendo al primero, no había nada que sirviese realmente, apreté un número cualqueira en el mando y cayó en la FOX, echaban una serie típica de hospital, amoríos, tenseiones sexuales no resueltas y pacientes peliagudos. Poco a poco me acabé el helado y la cosa se ponía interesante por la serie, me apoyé en el respaldo con el brazo y acabé metida en la trama de aquella telenovela.

Federico, un reputado doctor argentino, se había acostado con Julie, una enfermera prometida con el cirujano Hann, un tipo que tenía un ataque al corazón en medio de una operación cardiovascular -bastante irónico e inverosímil diría yo-, luego nos encontrabamos con Willa, una rusa enamorada de Quill, un paciente diagnosticado con un cáncer terminal, quien estaba enamorado de Lilo, un homosexual reprimido con trastornos alimenticios que lo había conocido en una de esas tardes que un paciente de psiquiatría decide pasear como Peter por su casa por las alas del hospital... Y en aquel capítulo un grupo terrorista había puesto una bomba en el centro, por lo que debía evacuar el sitio, pero claro, uno con el ataque al corazón, otra cachonda perdida y un fideo macho buscando un hombre que lo despertase de su ansia sexual era suficiente escusa para poner tensa la situación... Apagué el televisor y miré el reloj, la fiesta había comenzado pero tenía tiempo y llegaría al menos antes de que cerrasen las puertas seguro.

Me dirigí al baño a tronpicones y me sequé el pelo con el secador ondulandolo más tarde con la plancha, rebusqué en mi armario hasta encontrar un vestido rojo que me había comprado en Nueva York en un viaje, era precioso, elegante y sensual, me encantaba y aquella noche daría un rumbo más divertido a mi vida, me había aburrido de todo aquello y quería olvidar por completo lo de hacía ya unas noches. Me vestía mientras buscaba unos tacones negros altos y el maldito bolso de mano. Tras acabar con toda la parafernaria elemental corrí al baño, los tacones hacían bastante ruido contra la madera del suelo pero no me importó demasiado, digamos que no habían vecinos suficientes para quejarse. En el baño me maquillé lo justo y suficiente y me puse unos zarcillos que me había regalado mi madre años atrás. Al final me miré en el espejo, lo había conseguido, tras una hora más tarde, estaba preparada.

Fui corriendo al salón y rebusqué en la bolsa de disfraces hasta encontrar la mascara del hada, no pegaba demasiado con el disfraz, pero si con mi vestido... Anda ya, era imposible... ¿O no?... Cogí el bolsito y saqué las llaves del coche, pero al llegar a la puerta me quedé helada. Era normal, a las mañanas me resultaba más fácil salir pero a la noche mi casa era el único lugar factible para mí, sujeté el pomo y visualicé mentalmente el jardín, no debía haber nadie y ante el susto haría que no me viera, algo que debí haber hecho en aquellos momentos. Salí de la casa con paso autoritario, olía a granada y metía en el bolso la careta con extremada delicadeza. Al llegar a mi camioneta entré lo más rápido que pude y encendí el motor con un suspiro, tranquilizándome.